
 
Citar así: Gigliotti, J. (2020). Cerebro Aislado en Estado de Alarma. Revista Tecnológica-Educativa Docentes 2.0, 
8(2), 16-20, DOI: https://doi.org/10.37843/rted.v8i2.146 
 
Cerebro Aislado en estado de Alarma 
 
 
 
 
Maslow,  Abraham  (1943)  elaboró,  la 
famosa “pirámide de Maslow” en la cual definía 
cuales  eran  las  necesidades  básicas  que  toda 
persona  (y  su  cerebro)  debería  tener  en  el 
transcurso de su vida y en la medida que podía 
cubrir sus necesidades básicas, se ascendía por 
la pirámide hasta llegar al punto máximo de la 
misma que era, y es, la autosatisfacción, lograr 
el  reconocimiento  propio  y  el  de  la  sociedad. 
Para  ello,  Maslow  sostenía  que  para  lograr 
cubrir las  necesidades  básicas  y ascender a un 
escalón  superior  de  la  pirámide,  el  individuo 
desarrolla  ciertos  comportamientos  y  hábitos 
con los cuales pueden acceder a esos escalones 
superiores,  como  ser  el  reconocimiento  y  la 
autosatisfacción, y esto dependía de sus deseos 
más elevados.  
Carter  (1998),  aparece  en  la  escena 
neurocientífica  años  después,  y  elabora  una 
serie  de  necesidades  básicas  “para  todo  ser 
humano”. La autora manifiesta es que el primer 
propósito del cerebro es la “supervivencia”, es 
segundo  es  satisfacer  las  “necesidades 
emocionales”  y  el  tercero  es  el  “aprendizaje 
cognitivo”. Es por esta razón, que los sistemas 
educativos,  cada  vez  más  incorporan  el 
concepto  de  coeficiente  emocional  y  los 
antepone al concepto de coeficiente intelectual, 
dado  que  como se  está  viendo  en  este  mundo 
globalizado,  el  manejo  y/o  gestión  emocional, 
se transforma en una herramienta fundamental 
para  el  desarrollo  social  y  económico  de  las 
personas  (Gigliotti,  J.  J.,  Gigliotti,  J.  M.,  & 
Treco, D. 2020, p. 34-36). 
Cuando el Cerebro, a través de sus cinco 
sentidos  que  vienen  del  exterior  y  de  los 
sistemas internos  simpáticos y  parasimpáticos, 
detecta  que  no  se  está  cumpliendo  con  la 
premisa de “mantener la supervivencia” (ya que 
recibe  señales  de  tipo  aversivas  o  peligrosas), 
entra en lo que se denomina “estado de alerta u 
amenaza”. 
Esta  amenaza  puede  ser,  real  o 
imaginaria, y el cerebro no puede distinguir una 
de otra.   Además, no nos referimos solo a “tener 
hambre o sed”, sino que, además, “la soledad, el 
aislamiento  el no  contacto  social”,  también  lo 
percibe como un estado de alarma y entonces  
hablamos  de  un  “cerebro  estresado”,  el  cual 
genera conductas  y  hábitos perjudiciales para 
la  salud  de  las  personas,  inclusive  hasta  los 
suicidios.  Cabe  destacar  que  las  conductas  y 
hábitos  perjudiciales  pueden  suceder  a 
cualquier edad. 
Además,  hemos  visto  y  asistido  a  la 
aparición de nuevas enfermedades ligadas a la 
tecnología y dependencia de las redes sociales, 
como  el  “Síndrome  del  doble  clic”,  “la 
depresión por Facebook”,  el “Síndrome  de  la 
casa  vacía”,  entre  otros.  Este  tipo  de 
enfermedades  son  causadas,  entre  otros 
factores,  por  el  “efecto  aislamiento  con  poco 
contacto social” (Saito, 2013).  Como vemos, 
todas estas patologías aparecidas en la última 
década del siglo anterior pero incrementada en 
estos  últimos  años,  género  angustia  en  los 
docentes y profesores dado que sus alumnos no 
respondían  de  la  manera  adecuada  en  sus 
clases,  lo  cual  llevo  a  que  ellos  mismos 
sufrieran  del  “Síndrome  de  Burnout”  (Riera, 
2015). 
 
Conclusión 
 
Como  hemos  visto,  gracias  a  estos  tres 
cerebros,  tenemos  una  multiplicidad  de 
respuestas hacia  el mundo  exterior  y hacia  el 
interior  nuestro.  Somos,  desde  que  nacemos, 
seres sociales con respuestas emocionales, más 
que  racionales.  Una  condición  básica,  por 
nuestra  naturaleza  humana  es  el  contacto 
social, por lo tanto, el aislamiento (por decisión 
propia,  o por obligación) va  en contra  de esa 
condición humana. El cerebro aislado, percibe 
ese aislamiento como una señal aversiva (como 
la sed, el hambre, entre otros.) colocándose en 
un  estado  de  “alarma”,  comenzando  a  dar 
señales  y  una  serie  de  reacciones  hacia  el 
mundo exterior, que van desde “la disminución 
del  interés  por  casi  todas  las  actividades  que 
generaban  cierto  placer,  hasta  el  insomnio, 
angustia,  pánico,  fobias,  depresión  e  incluso 
suicidios”.    Esto  puede  ocurrir  a  cualquier 
edad,  y  no  importa  el  estatus  social  del 
individuo.